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El teatro de la mente

Imaginen una obra de teatro en que la audiencia está esperando ser entretenida sin tener idea de qué esperar. Esta audiencia representa el reino de lo consciente, un intento de satisfacer las necesidades de sus sentidos. Los espectadores utilizan sus cinco sentidos para experimentar el evento, desde escuchar el diálogo hasta probar los refrescos del intermedio. El telón está cerrado, y los actores se preparan laboriosamente para su actuación que habrá de representar las vidas y las sucesos de seres humanos ficticios y reales. La gente del escenario, la iluminación, el maquillaje y el vestuario juegan todos un papel al traer la representación a la audiencia.

Metafóricamente hablando, lo que está tras el telón, es el reino oculto de lo inconsciente, en el que actores, técnicos y demás personas relacionadas con la producción son los personajes vivientes del sistema inconsciente, que dan orden y representan la esencia y la estructura de la obra que la audiencia no ve por estar tras el telón. Cada miembro del personal de producción tiene deberes específicos que desempeñar para garantizar una función exitosa; cada uno tiene una cierta personalidad que encaja con su función. Muchas veces el personal de producción está compuesto por gente de distintas razas, creencias y estilos personales; sin embargo, en lo que se refiere a la producción del espectáculo, todos comparten un objetivo común: asegurar que cuando se suba el telón, el escenario esté listo para que los actores puedan representar el guión de la obra.

Todas las personalidades detrás del telón son los representantes del arquetipo. Los arquetipos secundarios serían los técnicos del escenario y el equipo de producción, quienes conjugan el sistema de organización inconsciente de la vida humana que nos ayuda a crecer, actuar y cambiar a fin de sobrevivir. Los arquetipos primarios serían los actores, que tienen formas específicamente prescritas de actuar, pudiendo sus papeles involucrar asimismo la descripción viviente de la existencia humana con su multitud de sucesos y recuerdos. La obra misma podría representar un suceso cotidiano de una familia, grupo, pareja o persona y una representación de otros sucesos, históricamente basados, que pudieron haber sido similares en contenido y propósito aunque los personajes y el tiempo fueran distintos.

Ciertamente somos actores sobre el escenario de la vida, y la obra de la que formamos parte todos es la saga continua de la vida misma, en la que utilizamos textos y materiales de otros tiempos para representar nuestras percepciones y necesidades actuales.

Este contenido del que pedimos prestado está y siempre ha estado en nuestra biblioteca inconsciente de obras; contenido que continuamente estamos sacando y volviendo a representar. En la vida diaria representamos el comportamiento, las creencias, las emociones, etc., de los que vivieron anteriormente a nosotros como si ellos estuvieran encarnados en nuestras almas.

Si somos afortunados, podemos llegar a la fuente de la pureza donde yace la creación del pensamiento original; pero por lo general nos pasamos repitiendo comportamientos, pensamientos y sentimientos pasados y aun prehistóricos sin saber siquiera cómo o por qué. Este es el mundo oculto que sigue siendo tan misterioso para nosotros, pues hemos perdido contacto con él; aunque aún influya en nuestras vidas, comportamientos y actitudes hacia los demás y hacia nosotros mismos.

El mundo de imágenes, los cuadros simbólicos de la existencia de la humanidad, el campo de juego o de batalla de los miembros arquetípicos del reparto inconsciente, continúan preparándose para la preparación escénica que se ofrecerá a lo consciente. El telón está cerrado y carecemos de la capacidad para ver o saber lo que está pasando tras este; el telón sube y el reflector ilumina el escenario sólo para ver que los actores no estén sobre la tarima sino sentados en las rodillas de la audiencia, pues en realidad los actores, la obra y la audiencia no están separados. Somos nosotros, la audiencia, quienes hemos aprendido a creer en esa separación. Debemos despertar y damos cuenta de que somos parte del reparto, de la obra y del reino de lo arquetípico en la vida diaria, lo que constituirá una iluminación de la experiencia, donde tanto inconsciente como consciente se unan en la realidad del contacto humano. Debemos saber que todo está en nuestro interior.

Externamente, representamos los rasgos de nuestras características internas o arquetipos, expresándolos en nuestras vidas conscientes sin estar al tanto de ello y personalmente escogemos creer en lo que se nos ha enseñado: que vivimos vidas separadas en mundos separados. Muchas de nuestras dificultades provienen de negar la otra identidad, pues al azuzar la una contra la otra, la que hemos negado se ha vuelto demasiado fuerte como para ser manipulada. Hasta tanto no aprendamos a amigarnos con ambos lados de nuestros mundos, para que nuestro interior no quede separado del exterior, estaremos condenados a vivir en dos realidades separadas y a creer en nuestras perspectivas fragmentadas. Los arquetipos, fantasmas de la historia, son nuestros mejores aliados, que se hacen presentes para enseñarnos cómo unirnos interna y externamente.